Ucrania: Entre la Guerra y la Paz Venidera

Publicado originalmente en OMIWORLD.ORG

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por Alberto GNEMMI, OMI, Consejero General para Europa


Durante la segunda mitad de mayo, tuve la oportunidad de pasar una semana en Ucrania. Fue un momento tenso, justo cuando los ataques del ejército ruso se intensificaban en el este del país, especialmente en Járkov. Los rumores de un posible conflicto mundial resonaban por todas partes, debido a la decisión de algunos países occidentales de autorizar a Ucrania a atacar territorio ruso con armas de la OTAN y quién sabe de quién más.

En medio de esta tensión, encontré un remanso de paz en los veinticinco Oblatos que trabajan en Ucrania. Estos hermanos están presentes en nueve comunidades, activos en ocho parroquias distribuidas en seis diócesis. Están allí con la gente y para la gente, viviendo en paz y como hombres de paz. Aunque no están en el centro de los grandes eventos ucranianos, brillan con esa luz del evangelio que, puesta sobre el candelero, ilumina toda la casa.

En los lugares que visité, no vi la guerra directamente. La guerra estaba a cientos de kilómetros, aunque las sirenas que sonaban de vez en cuando y los frecuentes cortes de electricidad me recordaban que la situación no era normal.

Leópolis (Lviv en ucraniano) fue una de las ciudades que visité. Es una ciudad hermosa, donde dos Oblatos cuidan de una parroquia. Caminando por el centro, me encontré entre muchos jóvenes, parejas y ancianos. Aunque la guerra no está físicamente en Leópolis, el dolor es palpable: muchos jóvenes de la ciudad han perdido la vida en el conflicto. En el pequeño pueblo de Tyvriv, donde me detuve por unas horas, la comunidad oblata ha transformado la vieja iglesia en un Memorial para honrar a los mártires cristianos muertos durante la dictadura comunista. Es un lugar para reflexionar sobre el mal que los hombres pueden cometer, no solo los ateos. Al salir de este lugar, pensaba en cómo la lógica del evangelio, si realmente la vivimos como cristianos, nos lleva por caminos muy diferentes a los de la guerra. Desde aquí, la guerra parece lejana, pero el peso de la historia te la pone en la sangre y te hace cuestionar “la deshumanización de la humanidad”.

Entonces, ¿dónde está la guerra? Se diría que está en el frente, en el este del país. Es allí donde muchos jóvenes de ejércitos opuestos mueren por amor a su patria. Pero también hay una guerra en el alma de la gente, que está confundida y enfadada, que se cuestiona sobre tantos muertos sin la certeza de un futuro político, que ya no sabe qué pensar sobre la continuación del conflicto.

Si “la paz no es solo ausencia de conflicto”, como dice el documento conciliar Gaudium et Spes, entonces la guerra no es solo conflicto y muerte. Es también una confusión de la razón y del juicio; es no saber más de qué lado estar. Es no entender la historia en la que estamos inmersos y, por ende, el sentido mismo de la vida.

La guerra terminará y vendrá la paz, pero debe ser una paz con justicia, dicen algunos. ¿Justicia de quién? ¿Sobre qué? ¿Qué justicia, la de la política?

La paz llegará con la justicia o viceversa, cuando las bienaventuranzas sean la carta magna de nuestras conciencias. Son estas las que hacen “poner flores en los fusiles y en los cañones”. Son estas las que dan sentido a la historia y a la vida de la humanidad.

Pero los cristianos, ¿lo sabemos?


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