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El 205° aniversario de los primeros votos del 1 de noviembre de 1818

Publicado originalmente en OMIWORLD.ORG

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Por Benoît DOSQUET, OMI

Desde hace algunos años, el Comité General de los Hermanos Oblatos ha animado la conmemoración del aniversario de los primeros votos del 1 de noviembre de 1818. Para ello, proponen 24 horas de adoración en la Escuela del Salvador para toda la familia Mazenodiana desde el 31 de octubre a mediodía hasta el 1 de noviembre a mediodía.

El Comité general de los Hermanos Oblatos desea proponeros vivir una jornada de recogimiento en comunidad, que podría incluir varias etapas. En particular, un tiempo de adoración. No dudéis en inscribirse en las 24 horas de adoración en la Escuela del Salvador, que se ofrece a la familia Mazenodiana entre las 12 horas del 31 de octubre y las 12 horas del 1 de noviembre (hora de Roma).

Meditación para el aniversario de los primeros votos, 1 de noviembre de 1818

Desde hace algunos años, el Comité general de los Oblatos Hermanos se encarga de celebrar el aniversario de los primeros votos en la Congregación (1 de noviembre de 1818). Partimos de la Constitución 163: “Las Constituciones y Reglas indican a cada Oblato el modo de caminar siguiendo las huellas de Jesucristo […].  Permiten así que cada uno evalúe la calidad de su respuesta al llamamiento recibido y llegue a ser santo”. Constitución recordada en las Actas del 37º Capítulo (PEC 7.2) 

Para proponer esta reflexión, el Comité se ha inspirado en las notas de retiro del Fundador a finales de octubre de 1831 (cf. Escritos Espirituales 1812-1856, n° 162 y 163). En su primera carta al P. Tempier, el 9 de octubre de 1815, el Fundador escribía: “[Esta santa Sociedad] sólo tendrá un corazón y una sola alma; parte del año será empleada en la conversión de las almas, otra en el retiro, el estudio, en nuestra santificación particular; […] esto basta para daros un anticipo de las delicias espirituales, que gozaremos juntos” [Escritos Oblatos -en adelante EO- 6, nº 4, N. del T.]

El Comité general de los Hermanos Oblatos desea proponeros vivir una jornada de recogimiento en comunidad, que podría incluir varias etapas. En particular, un tiempo de adoración. No dudéis en inscribirse en las 24 horas de adoración en la Escuela del Salvador, que se ofrece a la familia Mazenodiana entre las 12 horas del 31 de octubre y las 12 horas del 1 de noviembre (hora de Roma).

Acerca de la adoración, San Eugenio escribía al Padre Tempier el 26 de julio [en realidad fue el 25 de julio, N. del. T.] de 1817: “Casi todos los días estoy con vosotros ante el Santísimo cuando hacéis la oración de la tarde…” [EO 6, nº 18].

El pasaje de la primera carta del apóstol san Pablo, a Timoteo (1Tim 4, 10b, 16), que encontramos en el Prefacio de nuestras CCRR, podría servirnos de guía: “Cuídate tú y cuida la enseñanza; sé constante; si lo haces, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan”.

En sus notas de retiro de 1831, el Fundador comenzaba con esta observación: “¡Qué vergüenza tener en las manos un código tan perfecto y no comprender su sentido…!” [EO 14, nº 163]. El 37º Capítulo mandaba también: “Que los Superiores y sus Consejos aseguren la implementación de la animación en sus respectivas Unidades…”. (PEC V, B, 3).

El fin de nuestro Instituto es el mismo que se propuso el Hijo de Dios al venir a la tierra“, escribía el Fundador: “La gloria de su Padre celestial y la salvación de las almas […]. Hemos sido fundados precisamente para trabajar por la conversión de las almas y especialmente para evangelizar a los pobres” [EO 15, nº 163 y Selección de Textos, nº 9].

Este tríptico: la gloria de Dios, el amor de la Iglesia y la salvación de los hombres es el corazón de nuestra espiritualidad. Lo encontramos en el Prefacio y en numerosas ocasiones en los escritos de nuestro Fundador. En particular, en su carta del 20 de marzo de 1826 al P. Tempier, en la que expresaba su alegría por la aprobación de las Reglas: “ No podremos nunca corresponder al mismo más que con una fidelidad a toda prueba, y con un incremento de celo y de dedicación por la gloria de Dios, el servicio de la Iglesia y la salvación de las almas, sobre todo de las más abandonadas, conforme a nuestra vocación” [EO 7, nº 231]. 

Esta es la trilogía de nuestra vocación de Misioneros Oblatos que encontramos al comienzo de nuestras Constituciones: “El llamamiento de Jesucristo, que se deja oír en la Iglesia a través de las necesidades de salvación de los hombres, congrega a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada” (C1).

El Fundador nos invita a convertirnos en otros Jesucristo a través de la contemplación y la acción.

Tomémonos el tiempo de releer los tres textos que siguen al Prefacio y que ilustran nuestras Constituciones:

Cooperadores del Salvador (1818)
¿Hay algún fin más sublime que el de su Instituto? Su Fundador es Jesucristo, el mismo Hijo de Dios; sus primeros padres, los Apóstoles. Han sido llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano. Y aunque, por razón de su escaso número actual y de las necesidades más apremiantes de los pueblos que les rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos, su ambición debe abarcar, en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera.

Predicar a Jesucristo crucificado (1826)
Predicar como el Apóstol, «a Jesucristo, y éste crucificado… no con el prestigio de la palabra, sino por una demostración del Espíritu», es decir, mostrando que hemos meditado en nuestro corazón las palabras que anunciamos, y que hemos comenzado por practicar antes de ponernos a enseñar.

Con Jesús en la Cruz (1826)
Como los obreros evangélicos no cosecharán jamás frutos abundantes de sus trabajos si no tienen en gran estima los sufrimientos de muerte de Jesús, y no los llevan como de continuo en el propio cuerpo, los miembros de nuestra Sociedad se aplicarán con empeño a reprimir sus pasiones y a renunciar en todo a su propia voluntad; y, a imitación del Apóstol, se gloriarán en las flaquezas, en las injurias, en las persecuciones, en las angustias sufridas por Cristo.

Estos textos nos recuerdan que el corazón de la espiritualidad apostólica de Eugenio de Mazenod es la Persona misma de Cristo Salvador, del que sólo seremos verdaderos colaboradores en la medida en que le imitemos en todo. No sólo por imitación externa, sino por una profunda transformación interior que consiste en “formar a Cristo” en nosotros, la “sequela Christi” en que insiste el decreto Perfectae Caritatis.

El segundo punto de nuestro tríptico: “La Iglesia, preciada herencia del Salvador…“. (Prefacio)

El Fundador escuchó la llamada de Jesucristo a través de la situación de la Iglesia. Escribe a su madre el 11 de octubre de 1809: “No envidie, pues, mi querida mamá, no envidie a esta pobre Iglesia, tan horriblemente abandonada, despreciada y pisoteada, a pesar de habernos engendrado a todos para Jesucristo, por el homenaje que quieren hacerle de su libertad y de su vida dos o tres individuos en toda Francia (entre los cuales tengo la dicha de contarme). Y ¿por qué querría usted que yo retrasase más el comprometerme, el consagrar a la Esposa de J.C. […]?” [EO 14, nº 61].

En su comentario al Prefacio, el Padre Jetté escribía: “No fue para tal o cual grupo en particular que nuestro Fundador fundó a los Oblatos -aunque los pobres y los más abandonados fueran su preferencia-, sino que fue para la Iglesia, por amor a la Iglesia“. Y el Padre Jetté terminaba recordando las palabras del Papa Pablo VI en la beatificación del Fundador: “Era un apasionado de Jesucristo y un incondicional de la Iglesia“.

Nuestro Fundador escribió en su Carta Pastoral del 16 de febrero de 1860: “¿Cómo sería posible separar nuestro amor a Jesucristo del que debemos a su Iglesia? Estos dos amores se confunden; amar a la Iglesia es amar a Jesucristo y viceversa...” [Sel. de Text., nº 51].

La Regla -escribe nuestro Fundador- la recibimos de la Iglesia de la mano del Papa León XII, por lo que nuestra vida no debe ser otra cosa que obediencia a la Iglesia”.  Nos recomendaba sumergirnos en nuestra Regla de Vida: ” Solo así seremos lo que Dios quiere que seamos y nos haremos dignos de nuestra sublime vocación” [EO 15, nº 163].

Conmovido por la situación de la Iglesia, el Fundador se puso en la escuela de Cristo, y volvió al pilar de nuestra vocación: “¿Qué hizo, en realidad, nuestro Señor Jesucristo cuando quiso convertir el mundo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos que Él mismo formó en la piedad y llenó de su espíritu y, una vez instruidos en su doctrina, los envió a la conquista del mundo que pronto habían de someter a su santa ley” [Prefacio].

 Esto nos lleva de nuevo a la Constitución 3 y a nuestra dimensión comunitaria como Misioneros Oblatos. Nuestros primeros Padres estaban seguros de que había que formar hombres apostólicos. El camino del hombre apostólico es seguir a Cristo a la manera de los Apóstoles, trabajando seriamente para llegar a ser santos.

En Gaudete et exsultate, Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo de hoy, el Papa Francisco nos apela: “No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría”. “No tengas miedo de apuntar más alto […]. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo”. En el número 14, dice: “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega…” 

En sus apuntes de retiro de 1831, el Fundador insistía: “El fin de esta pequeña Sociedad de Misioneros… es… que los sacerdotes se hayan reunido… y como hermanos que viven al unísono, presten su atención principal a la evangelización de los pobres, siguiendo la IMITACIÓN CONSTANTE DE LOS VERTUS Y EJEMPLOS DE NUESTRO SALVADOR JESUCRISTO. […] Grabemos estas palabras en nuestro corazón, escribámoslas en todas partes para tenerlas constantemente ante los ojos“. Nuestra mística es contemplar a Cristo, reproducir sus virtudes y cumplir así nuestro ministerio apostólico: la salvación de los hombres.

La salvación de los hombres, no sólo a través de nuestro ministerio, sino sobre todo a través de nuestra forma de vida, que hunde sus raíces en la manifestación del Espíritu. Nuestra vida debe reflejar la contemplación y la meditación de la Palabra de Dios, abandonándolo todo para seguir a Jesucristo…” (cf Constitución nº 2). Acción llamada a renovarse constantemente.

El tercer punto de esta trilogía: “la salvación de las almas, especialmente de las más abandonadas”.

El Fundador lo subraya en sus escritos de 1831: “El fin principal del Instituto es atender a las necesidades de las almas más abandonadas. Por eso los miserables encarcelados tienen legítimo derecho a nuestra caridad”.

Recientemente, el Capítulo general convocado nos recordaba: “No debemos olvidar que el grito de la tierra es el grito de los pobres, a quienes damos nuestra preferencia”, en referencia a la Constitución nº 5 (PEC 11,2). El Padre General tituló su carta del 17 de febrero de 2023: Cuidar nuestra casa común para que sea un hogar misionero para los pobres. Y en su carta del 15 de agosto, tituló su segundo punto de conversión: “Misioneros de los pobres en diálogo y en salida”.

Atrevámonos a tomarnos un momento en comunidad para revisar el lugar que damos a los pobres con sus múltiples rostros, a partir de la Constitución nº 5, para dar prioridad a aquellos lugares donde la vida nos sitúa al pie del muro de la dignidad humana: 

  • Su primer servicio en la Iglesia es el de anunciar a Cristo y su Reino a los más abandonados.
  • Lleva la Buena Noticia a los pueblos que todavía no la han recibido y les ayuda a descubrir a la luz del Evangelio los valores que poseen.
  • Los Oblatos se consagran a los grupos más alejados de ella [la Iglesia].
  • [Ir a] todas partes principalmente hacia aquellos cuya condición está pidiendo a gritos una esperanza y una salvación que sólo Cristo puede ofrecer con plenitud.
  • Son los pobres en sus múltiples aspectos: a ellos van nuestras preferencias.

Sin olvidar que hay que reconocer la esperanza entre los más pobres, como nos dice el Papa Francisco en su mensaje al 37º Capítulo: “Dejaos evangelizar por los pobres que evangelizáis: ellos os enseñan el camino de la esperanza, para la Iglesia y para el mundo”.

“La vida comunitaria es un don misionero que tenemos que hacer fructificar colaborando con el Espíritu Santo: esa es nuestra tarea” escribía el Superior general en su carta del 17 de febrero de 2023. Este discernimiento no es una tarea individual, sino comunitaria. “Cumplimos nuestra misión en y por la comunidad a la que pertenecemos. Nuestras comunidades tienen, por tanto, carácter apostólico”. (Constitución nº 37). Es la comunidad entera la que “se responsabiliza de la misión que la Iglesia le ha confiado”, dice el documento Identidad y misión de los religiosos hermanos en la Iglesia, en su nº 23.

Recordemos lo que nos dijo el Papa Francisco en el último Capítulo general: “Que vuestro Fundador, el carisma que os transmitió y su visión misionera sean y permanezcan como puntos de referencia para vuestra vida y vuestro trabajo; para permanecer arraigados en vuestra vocación misionera, sobre todo viviendo el testamento del Fundador, en el amor mutuo entre vosotros y en el celo por la salvación de las almas. Este es el corazón de vuestra misión y el secreto de vuestra vida, y para ello la Iglesia aún os necesita. En el inmenso campo de la misión que es el mundo entero, que Jesús sea siempre vuestro modelo, como lo fue para san Eugenio”.

Concluyamos dirigiéndonos a aquella que, por su respuesta de fe y total disponibilidad a la llamada del Espíritu, es nuestro modelo, nuestra Madre y Madre de la Iglesia, con esta oración del Papa Francisco (Encíclica LUMEN FIDEI, 29 de junio de 2013):

¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el
mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.

Benoit DOSQUET omi,
Secretario Permanente del Comité
Aix, 21 de septiembre de 2023.

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