Crecer y caminar en fe, esperanza y caridad
Publicado originalmente en OMIWORLD.ORG
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Allahu Akbar (ٱللَّٰهُ أَكْبَرُ).
Muchas veces estas son las primeras palabras que escucho al despertarme, o cuando estoy en la capilla rezando e incluso alguna vez en el mismo momento de la consagración eucarística. ¡Es impactante cuando esto ocurre! ¡Dios es más grande! Sí, Dios es siempre mucho más que aquello que puedo concebir y ni tan siquiera imaginar. Soy un peregrino que camina para ir poco a poco abrazando ese Misterio en sí mismo inabarcable. Y no solo yo, toda la humanidad está en ese camino peregrinando, quizás por distintos senderos, pero hacia la misma meta.
Siempre abierto al Misterio, el peregrino tiene que dejar en el camino tantas cosas que le estorban. Evidentemente abandona aquello que le impide caminar. También va dejando aquello que a lo largo del camino ha acumulado tanto polvo que ya no sirve. A veces descubre que también hay que dejar algo muy querido para él, cosas buenas en sí mismas, pero que hoy impiden o ralentizan su marcha. Peregrinar es un acto de fe, de confianza plena, alguno habla de saltar en el vacío. Peregrinar es aceptar el reto de buscar a tientas las huellas de Aquel que está en el origen y nos atrae hacia la meta. Creemos que, en Jesús, Dios se ha hecho peregrino caminante para encontrarnos. Y esto nos obliga a una permanente contemplación activa de lo que pasa y de quién pasa a nuestro lado. Por eso, en cualquier circunstancia y a cualquier edad, hay que estar abiertos a las sorpresas de Dios y arriesgarnos, aventurarnos por esos nuevos caminos que el Espíritu pone ante nosotros.
Servidores de esperanza.
Este es el título del documento que es la “hoja de ruta” de las Iglesias del Norte de África. En territorios en que la población es abrumadoramente musulmana, los cristianos, a veces en situaciones extremas, se ven a sí mismos como servidores que siembran la esperanza. Ser servidores, es una llamada que el peregrino debe acoger si quiere comprender lo que el Espíritu nos pide individualmente, como Congregación o como Iglesia. Solo podemos peregrinar si nos ponemos al servicio, al servicio de los más pobres. Ponerse al servicio es ya en sí mismo un motivo de esperanza, no solo para los pobres, sino sobre todo para nosotros mismos. Para saber quiénes somos y hacia dónde vamos tenemos que ponernos al servicio, como lo hizo Aquel que nos dijo de hacerlo en su memoria (Juan 13,1-15).
Para ponerse al servicio del otro necesitamos ser humildes: no es nuestra misión, sino la misión de Dios Uno y Trinidad; no somos los protagonistas, solo Jesús y los pobres pueden serlo; no son nuestros programas o nuestras estrategias, nosotros somos los servidores-cooperadores, no los salvadores… Quizás simplemente estemos llamados a “desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra” (Evangelii Gaudium 196). Lo “nuestro” es ponernos siempre al servicio de los más abandonados (Constitución OMI 5) y en ello nos jugamos la vida (C. 2). Esa es nuestra oblación.
El sueño de la comunión.
Parece que esta pandemia que sufrimos ha anegado, como un tsunami, todos nuestros sueños. Además de las víctimas directas que hemos padecido, se habla de las consecuencias a largo plazo. Los casos de enfermedades mentales y de suicidio han aumentado, sobre todo en la población más joven. Para escapar de tanto sufrimiento y de tanta angustia, algunos se han sumergido en el mundo virtual que, sin un discernimiento adecuado, nos va alienando y secando espiritualmente. ¡Qué paradoja que para la mayoría su único sueño de futuro sea regresar a lo de antes! ¿Regresar a la normalidad anterior a la pandemia después de todo lo que estamos pasando? Lo cierto es que quizás no nos atrevemos a soñar otra cosa. ¡Nos han robado nuestra capacidad de soñar! ¿Quién se atreve hoy a hablar de un cielo nuevo y una tierra nueva donde habiten la justicia (2Pedro 3,13)? ¿Quién defiende el sueño de Jesús de “que todos sean uno como Tú Padre en mí y yo en Ti” (Jn 17,21)? ¿Quién sueña con san Eugenio que en nuestras comunidades y hogares seamos un solo corazón y un alma sola? Nuestras comunidades están llamadas a ser como un sacramento, un signo eficaz de los “sueños de Dios” en cada contexto particular, ya que “lo propio de una comunidad local es ser signo profético que da al mundo razones para esperar en la búsqueda de integridad y de armonía (C.91).
Soñemos la fraternidad, pero no lo hagamos solos.
“¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (Fratelli Tutti 8). Soñemos junto con Jesucristo y con los pobres, soñemos junto con las hermanas y hermanos de nuestra familia oblata, soñemos junto con otros peregrinos que recorren senderos distintos a los nuestros. Soñemos el futuro de nuestra humanidad, el futuro de nuestra Iglesia, el futuro de nuestra Congregación. Soñemos caminando, creyendo, sirviendo, amando.
En dos ocasiones aparece en nuestras CC y RR la tríada “fe, esperanza y caridad”. Abriendo la sección sobre la vida religiosa apostólica nos dice la C. 11, “creciendo en la fe, la esperanza y el amor, nos comprometemos a ser levadura de las Bienaventuranzas en el corazón del mundo”. ¡Qué bella síntesis de lo que es y debería ser siempre nuestra misión! Abriendo el capítulo “Viviendo en la fe”, la C. 31 dice que “como peregrinos, (los oblatos) caminan con Jesús en la fe, la esperanza y el amor”. Dos verbos que denotan dinamismo: crecer y caminar. He aquí el programa para este tiempo de gracia que es la preparación al Capítulo general. Crecer y caminar en fe, esperanza y caridad es también ser peregrinos (fe) de esperanza en comunión (caridad).
Cuestionario para animar nuestra reflexión personal y nuestro compartir comunitario.
1.- Como peregrino de fe, ¿cuáles son las inspiraciones del Espíritu que siento para poder abrazar más el Misterio de Dios y el misterio de mi vocación oblata? ¿Qué tengo que abandonar? ¿Qué camino nuevo debo emprender? ¿Cuál es mi sueño (nuestro sueño) para que toda la familia oblata pueda peregrinar creciendo en la fe?
2.- Como peregrino de esperanza, ¿qué tengo que hacer para ser servidor de la esperanza en mi contexto actual? ¿Qué procesos estamos llamados a comenzar personalmente, como Congregación, como familia oblata? ¿Cómo sueño o soñamos que debería responder la familia oblata para los ser servidores de los más abandonados?
3.- Como peregrino de la comunión, ¿qué siento que Dios me pide para colaborar en el sueño de Jesucristo de alcanzar una humanidad reconciliada y fraterna en comunión? ¿Qué sueño para la humanidad, para la Iglesia, para la Congregación y la familia oblata? ¿Qué pasos podemos dar para hacer que la familia oblata sea sacramento de estos sueños?
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