Por el P. Henrikus Prasojo, OMI
(En la actualidad en un Año de Orientación Pastoral en el Juniorado OMI, Beato Mario Borzaga, Cilacap)
A través de un sueño, es posible motivar a la gente para que lo haga realidad. Los sueños no son cosa sólo de niños. También los adultos sueñan con tener una casa, poseer un vehículo propio, tener una pareja… Los sueños hacen que la vida de uno sea más hermosa y es que ofrecen objetivos por los que luchar.
Y los sueños no son sólo algo personal. Algunos jóvenes del juniorado OMI, (Mario, Fibo, Hergi, Gerald, Edo, Fero, Aven), el Hno. Thio MSC y yo mismo soñábamos con escalar juntos una montaña. Escalar una montaña, ¿qué tiene de especial? La inspiración para subir hasta la cima de una montaña vino de Fiersa Besari, quien con frecuencia pone en su blog personal contenido sobre la cima del Monte Sindoro. La belleza de la vista que Fiersa Besari mostraba en su blog, nos animó al grupo a tratar de ver con nuestros propios ojos la belleza de la naturaleza desde la cima de la montaña. Así que, tras terminar los exámenes escolares, les llegó la oportunidad de convertir su sueño en realidad.
Pero lograr un sueño requiere esfuerzo. Es necesario tener una auténtica preparación física y una adecuada preparación mental. Lo hermoso de prepararse es que la pasión arde en uno, como si fuera posible ver ya el día de la salida. Más aún, si el sueño es colectivo, algo que van a conseguir juntos, como grupo, es capaz de unir los corazones y fortalecer el entusiasmo y la determinación.
El Domingo de la Misericordia, a las 11:00 pm. nuestro grupo llegó al Puesto-3 de la ruta de escalada del Monte Sindoro, a una altitud de 2.370 m. el viaje de cerca de 5 horas desde el campo-base obligó a nuestros cuerpos a tomarse un descanso. Gracias a nuestros guías, nuestro grupo pudo alcanzar el Puesto-3 sano y salvo.
A las 4.00 am proseguimos nuestro viaje una vez más, hacia el pico del Sindoro, a una altitud de 3.153 m. La subida por un camino empinado y rocoso nos hizo olvidar el frío que envolvía nuestros cuerpos. Estábamos todos emocionados de poder disfrutar de la belleza de la naturaleza de la cima del Monte Sindoro.
Es innegable que el viaje desde el Puesto-3 hasta la cima es duro. En medio de este duro itinerario, expliqué a mis amigos más jóvenes aún muy emocionados, “chicos, si quieren subir, vayan primeros, yo luego les alcanzaré, ahora estoy muy cansado. Podría hacer que vayan demasiado despacio.” Abandoné mi sueño de llegar rápidamente a la cima y me decía que aunque no llegara arriba, no pasaba nada. Me decía a mí mismo que ya estaba contento por haberles llevado a ellos hasta el Monte Sindoro y permitido disfrutar de su bella vista. Con calma esperaba que me respondieran “Ok, nosotros seguimos adelante, queremos llegar a la cima.” Sin embargo, había algo diferente en este grupo. Me sorprendieron. “Salimos juntos y estamos subiendo juntos, así que llegaremos juntos a la meta.” Dos frases breves pero conmovedoras que de repente insuflaron ánimos en mi espíritu. Estaba seguro que habían dejado de lado sus sueños personales para dar paso al sueño común de “escalar juntos el pico del Sindoro.” Al final, nuestro grupo llegó juntos a la cima del Monte Sindoro, 3.153 m, a las 08:30 am.
Llegar a la cima a menudo hace que la gente sea ambiciosa y apasionada, hasta el punto de olvidar que está con otros. La cima del éxito nos tienta para que la alcancemos solos, fomentando el individualismo y el egoísmo. En este viaje aprendí que hay algo más valioso que el simple hecho de alcanzar la cima del éxito personal, y es “Lograr la Cima juntos” o también lograr un “sueño compartido”. “Nadie se siente nunca abandonado”. He meditado en la oración de Jesús: “Padre, quiero que donde yo esté estén también conmigo.” (Juan 17, 24), una oración ofrecida especialmente por el Señor por Sus discípulos. El ejemplo pastoral que quiere que todos sus discípulos contemplen la “Gloria de Dios” me hizo creer que es a esto a lo que me siento llamado.
La experiencia con mis amigos juniores me hace pensar en el amor de Dios que siempre acoge, anima y espera fielmente la llegada de Sus hijos amados. Jesús nunca abandonó a sus discípulos, ni siquiera cuando éstos le abandonaron en Su Camino de la Cruz. Él volvió a buscarles y les saludó después de su resurrección.
La experiencia de “alcanzar la cima juntos” me confirmó en mi vocación de misionero oblato: la de ir a la búsqueda de cuantos necesitan una salvación. Esta experiencia también me ha hecho recordar el texto de S. Eugenio de Mazenod,
“Se soportarán mutuamente con mucha mansedumbre y paciencia, emulándose en servicios mutuos y practicando gozosamente la caridad. Cada uno evitará todo lo que pueda contristar a sus hermanos, y cederá con gusto a los deseos de los otros, a fin de que la paz de Dios y la caridad de Cristo moren en ellos.”
(S. Eugenio de Mazenod, 1825)