Jarek Pachocki, OMI (Director de Vocaciones – OMI Lacombe)
vocations@omilacombe.ca

(del original publicado en www.omilacombe.ca)

Debido a las restricciones por la Covvid-19, las celebraciones de la Semana Santa y la Pascua serán diferentes (otra vez) este año. Todos experimentamos cansancio pandémico, muchos están de duelo por sus pérdidas: personas amadas, trabajos o seguridad financiera. Todos buscamos profundamente consuelo y esperanza. Al elevar nuestros ojos hacia la cruz podemos contemplar la fuerza de Dios que da sentido a la confusión, esperanza a la desesperación y vida ante el sufrimiento y la muerte. La cruz está en el centro de la espiritualidad Demazenodiana.

 La cruz está en el centro de la espiritualidad Demazenodiana.

Cuando Eugenio de Mazenod invitó al p. Tempier a formar parte de la comunidad misionera, se dirigió a él pidiendo “lea esta carta a los pies de su crucifijo”, para poder discernir mejor su respuesta a la invitación de unirse a la congregación. Esta manera de actuar es el eco de la misma experiencia de Eugenio cuando al contemplar la cruz un viernes santo ocurrió el momento culminante del camino de conversión que cambió su vida. La importancia de la cruz se menciona en nuestras Constituciones y Regla oblatas, “la cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión” (C.4) y también, “a través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres en quienes continúa su pasión conozcan también la fuerza de su resurrección”. (C.4).

Si comprendemos la oblación como un sacrificio vivo y dinámico, en el sentido de acercarse a Dios y acompañar al pueblo hacia la visión original de la creación y la prevista relación de  intimidad con Dios, la cruz puede ser vista como un signo de oblación. “La cruz oblata, recibida el día de la profesión perpetua, nos recordará constantemente el amor del Salvador que desea atraer hacia sí a todos los hombres y nos envía como cooperadores suyos”. (C.63)

Hay una conexión directa entre el sacrificio de Cristo y los sacrificios ofrecidos por los cristianos. Jesús es el corazón de ese compromiso de alianza entre los seres humanos y Dios. Para los cristianos, el sacrificio es más espiritual y moral que físico. Alabanzas y acciones de gracias, oraciones e intercesiones, comunión y celebración expresan la ofrenda dada a Dios como respuesta a los dones recibidos.

«El P. Tempier y yo juzgamos que no había que aguardar más, y el jueves santo (11 de abril de 1816) puestos los dos bajo el dosel del hermoso monumento que habíamos montado sobre el altar mayor de la iglesia de la misión, en la noche de aquel santo día hicimos nuestros votos con indecible alegría.
– San Eugenio de Mazenod

Cuando miramos la cruz desde la perspectiva del amor de Dios, la realidad del pecado y la ofrenda de un sacrificio vivo, se nos recuerda que la crucifixión no puede ser considerada como un evento aislado de la totalidad del Misterio Pascual. En la Ultima Cena Jesús nos confió el sacrificio vivo y permanente de la Eucaristía: su cuerpo entregado por nosotros y su sangre derramada como nueva alianza para el perdón de los pecados. Esa misma tarde, Jesús nos mostró su amor sacrificado expresado en el servicio a los demás. El Viernes santo Jesús nos redimió a través de su sacrificio definitivo de la cruz donde Dios muere para danos vida. El acontecimiento de la resurrección abre el camino de una renovada relación con Dios. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.” (1 Juan 4,9)