P. Celso Corbioli, OMI
En la tradición local africana, en nuestro caso en Guinea Bissau, hay muchos elementos positivos que deberíamos no sólo acoger sino apoyar y animar, tal como la Iglesia nos enseña. Igualmente hay creencias, tradiciones y comportamientos que no se pueden aceptar, no solo porque son contrarios a la doctrina cristiana, sino también contrarios a los derechos fundamentales de la persona. Uno de estos es el matrimonio forzado.
Con frecuencia ocurre en algunas familias que el matrimonio de las hijas lo deciden sus padres, especialmente su padre o su tío. Las madres y el resto de la familia generalmente están de acuerdo con esas decisiones. La hija se casa cuando todavía tiene 15 años e incluso más joven y con frecuencia sin conocer al futuro novio que puede ser más anciano que ella y en muchas ocasiones ya casado. Aquí existe la poligamia. El padre o el tío en el caso que el padre falleciera, hace los preparativos con su futuro yerno recibiendo muchos regalos. La fecha se fija y cuando llega el día la hija debe irse, lo quiera o no.
Hay muchos episodios similares de los que me he tenido que ocupar pero ahora compartiré el primero entre ellos. Ocurrió hace muchos años pero al final se darán cuenta porqué lo comparto:
Eran los años 2010-2011. Vivía en el Centro de espiritualidad N’Dame, como a unos diez kilómetros de Bissau, la capital del país. No lejos del centro hay un poblado llamado N’Dame. Los padres del PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras) que estuvieron en el centro antes que nosotros (fueron los fundadores) habían construido una escuela y ayudaban al poblado de diversas maneras, tal como la distribución del agua (que procedía de un pozo del Centro) y la asistencia sanitaria, ayuda que continuaron incluso después de marchar. El Centro es gestionado por una comunidad de religiosas. Yo cuidaba el aspecto espiritual.
Un día, una de las hermanas me dijo que una chica del poblado que se llamaba Lucia había venido llorando porque su padre le había dicho que se tenía que casar con un hombre al que ni tan siquiera conocía y con el cual ya había acordado todo. Habían previsto el matrimonio para junio (estábamos en el mes de abril). La niña tenía poco más de 15 años y el hombre con el que tenía que casarse era mucho mayor y tenía otras mujeres. Me fui a hablar con el padre al que conocía muy bien. Se llamaba Lona. Me dijo que ya lo había decidido y que no cambiaría su decisión. Dijo a las hermanas que también habían intentado convencerlo para que cambiara su decisión, que él no podía perder su honor rompiendo su promesa. ¡Un concepto muy extraño del honor!
Comencé a pensar. Me dije a mí mismo que no era posible dejar así el asunto con la excusa que ya habíamos hecho lo que estaba en nuestra mano. Era un tiempo muy crítico en Guinea (venganzas políticas, encarcelamientos arbitrarios…) por lo que era difícil confiar en las autoridades civiles. Pedí al padre Michael, un franciscano que siempre había tenido que lidiar con casos difíciles, especialmente con prisioneros, si me podía aconsejar. Me dio el número de teléfono de un tal Luis que fue el jefe de la Comisión de Derechos Humanos en Guinea. Llamé a Luis y él me dijo que una cierta señora, jueza para los derechos de los niños, podría ayudarme. Su nombre era Filomena y tenía su despacho en el Ministerio de Justicia. Me fui inmediatamente para allá. “Cuidado dos minores” (Protección de menores) estaba escrito en la puerta. Filomena no estaba allí en ese momento, tampoco en los días siguientes pero, después de muchos esfuerzos, logré encontrarme con ella.
Filomena escuchó con atención la historia de Lucia. Al final me dijo, “esta es la razón por la que estamos aquí. Hay leyes en Guinea y estamos aquí para que se cumplan. El hecho es que mucha gente no las conoce e incluso conociéndolas, tienen miedo a las represalias que podrían venir de sus propias familias o de la gente de su aldea”. En el caso de Lucia me dijo que para resolverlo tendría que regresar con ella y con sus documentos de identidad. Un documento escolar bastaría, siempre y cuando su edad estuviera correctamente mencionada.
Cuando regresé a N’Dame envié recado a Lucia y le dije con pocas palabras: ¿Querrías venir conmigo al juzgado y contar tu historia a la Jueza Filomena?” “Sim”, N’misti. (Sí, quiero) me contestó inmediatamente. Para ser una niña de poco más de 15 años, demostró mucha valentía.
Cuando llevé a Lucia a la Jueza Filomena escuchó la historia con atención, preguntando por detalles concretos. También confirmó que tenía 15 años y medio de edad. Filomena, como una madre, comprendió la tragedia que muchas niñas como Lucía tienen que soportar. Prometió a Lucia que la ayudaría para salir de esta pesadilla, pero para cumplir todos los requisitos de la ley tenía que regresar con su padre al que se le debería pedir que firme una declaración para dejar a su hija libre para terminar sus estudios y casarse cuando y con la persona que quiera. En ese momento Lucia contestó:
“Mi padre nunca lo aceptará. Si supiera que estoy aquí me mataría”
“No te preocupes, nosotros tenemos nuestros métodos. Tu padre nunca conocerá que has estado aquí. Nosotros nos ocupamos”. La jueza me dio una cita para otro día con lo cual regresamos a N’Dame.
La semana siguiente regresé al tribunal. Filomena había preparado una citación de comparecencia para Lona y su hija Lucia. Pidió a una de sus asistentes que viniera conmigo. Cuando nos acercábamos al poblado la mujer que venía conmigo me dijo que sería mejor que ella bajara del carro y fuera caminando para no levantar sospechas. Lucia había sido instruida previamente por Filomena: cuando la mujer llegue con el mensaje tienes que hacer como que no sabes nada y tratarla como a una extraña.
La mujer llegó al poblado y preguntó por Lona y le dio la citación para el tribunal. En la citación no se decía el motivo por lo que Lona pensó que era algo bueno y dijo a Lucia que tenían que ir al tribunal. Ella inteligentemente mostró cierta sorpresa y todo fue sobre ruedas.
Yo no estaba en el poblado cuando Lucia fue al tribunal con su padre. Regresé a N’Dame una semana después. Lucia en primer lugar y más tarde Filomena, me informaron: Cuando los dos aparecieron en el tribunal Filomena preguntó como de costumbre:
“¿Es ésta tu hija?»
«Sí”
“¿Qué edad tiene?
“18.”
«¡Qué raro! Aquí dice 15 años. ¿Es cierto que la quieres casar con alguien?»
“Sí”
«¿Sabes que eso va contra la ley?»
“No, no lo sé”
“Ahora lo sabes. No puedes obligar a una menor a casarse. ¿Sabes que por eso puedes ir a la cárcel?”
“No. Pero, ¿cómo sabe todo eso?”
“Sabemos todo. Tenemos antenas por todos los lados”
Lona comenzó a tener miedo. La idea de ir a la cárcel lo atemorizaba.
“¿Qué debería hacer?
“Si no quieres terminar en la cárcel tienes que hacer una declaración firmada diciendo que vas a dejar a tu hija ir a la escuela y que se casará cuando quiera y con quien quiera”
Lona no quería firmar el escrito pero el miedo de ir a la cárcel lo persuadió. Filomena añadió: “Si por caso cambias de opinión, una llamada telefónica de Lucia será suficiente para que la policía te meta en la cárcel”
Pasaron los años. Lucia, una vez terminada la escuela, fue a la Universidad y ahora es enfermera. En ese tiempo se casó con Domingos con el que tiene una niñita, Miriam. Su abuelo Lona no quería saber nada de Lucia ni de Domingos al principio, pero con el tiempo se reconcilió con los dos.
Filomena nos ayudó posteriormente a resolver casos similares. Creo personalmente que no tenemos que temer comprometernos para que triunfe la justicia, especialmente en favor de los más débiles, incluso cuando esto requiera tiempo, esfuerzo y perseverancia.