Oraison: Orando con la Familia Mazenodiana en Junio
La Familia Mazenodiana
Click here to see this page in English
“En la oración silenciosa y prolongada de cada día, nos dejamos modelar por el Señor y encontramos en él inspiración para nuestra conducta,” (Regla de Vida OMI, 33).
La práctica de Oraison formaba una parte importante en la oración diaria de San Eugenio durante la cual entraba en comunión con los miembros de su familia misionera. Mientras que ellos se encontraban en Francia, se les hacía fácil juntarse en oración alrededor del mismo horario. Cuando los misioneros Oblatos comenzaron a ser enviados a los varios continentes ya no les era posible orar al mismo tiempo. Sin embargo, cada día había un tiempo cuando se detenían para orar en unión uno con el otro—aunque no fuera al mismo tiempo.
Esta es una práctica que Eugenio quería que su familia religiosa mantuviera.
Escoge un tiempo para la oración personal dondequiera que tú lo desees y conscientemente únete a todos los miembros de la Familia Mazenodiana orando el uno por el otro.
Oraison: Orando Con La Familia Mazenodiana en Junio
La duración y el contenido de tu oración dependen de ti.
ORAISON
Marsella, Dios, al predestinarme a ser el padre de una familia numerosa en su Iglesia, me ha concedido un corazón de tal naturaleza que es suficiente para contener a todos mis hijos, dando a cada uno el grado de afecto y de verdadero amor que le es debido; pero necesitaría cien manos para corresponder como quisiera, con todos aquellos que me dan testimonios de su adhesión. Estoy reducido a ocuparme mucho de ellos ante el Señor, sea ofreciendo diariamente el santo sacrificio por ellos, sea orando por ellos cada día en mi oración ante el Santísimo Sacramento. Les doy a todos, de alguna manera, cita en el corazón adorable de nuestro divino Salvador. La acción de gracias y la petición de nuevas bendiciones para ellos son una ocupación obligada de mi humilde y agradecida conversación con nuestro Señor en ese santo ejercicio.
[San Eugenio al P. Carlos Baret, 4 de enero de 1856]
No puedes creer cuánto me intereso ante Dios por nuestros queridos misioneros del Río Rojo. Sólo dispongo de ese medio para estar cerca de ellos. Allí, en presencia de Jesucristo, delante del Santísimo Sacramento, me parece que os veo, que os toco. Ocurre con frecuencia que vosotros estáis conmigo Entonces es cuando nos juntamos en este centro viviente que nos sirve de comunicación.
[San Eugenio al P. Lacombe, 6 de marzo de 1857]
Sabes que siempre estás presente en mi pensamiento, por la mañana en el santo sacrificio y por la tarde, en la audiencia que nos concede nuestro divino Maestro cuando vamos a ofrecerle nuestros trabajos en la oración que se hace en su presencia ante el sagrario. Te lo recuerdo, mi querido hijo, para que vayas a mi encuentro en esa cita. Es el único medio de acortar distancias, de hallarnos, en el mismo momento, en presencia de Nuestro Señor, como quien dice, estando codo con codo. No nos vemos, pero nos sentimos, nos oímos, nos confundimos en el mismo centro.
[San Eugenio al P. de l’Hermite, 10 de enero de 1852]
Gran consuelo es tener un centro común donde encontrarnos cada día ¡Qué lugar de cita deliciosa es ese altar en el que se ofrece la sagrada víctima y ese sagrario en el que cada día adoramos a Jesucristo y conversamos con El de cuanto nos interesa! L e hablo de ti con todo el amor de mi corazón; le hablo de todos los demás hijos que su bondad me dio; le pido que os mantenga en los sentimientos de perfección religiosa en la que fuisteis ejemplares durante el noviciado y escolasticado. Le ruego que os mantenga en la santa humildad en medio de los éxitos del ministerio, de mortificación, de caridad, virtudes que tantas ocasiones tenéis de practicar en un ministerio tan duro. Le suplico también que os conserve la salud para que podáis, durante largo tiempo, corresponder a vuestra excelsa vocación, procurando la gloria de Dios y la salvación de las almas, de esas pobres almas tan abandonadas, que no pueden salvarse más que por vosotros, servidores abnegados, que sólo tenéis esa aspiración en este mundo. ¡Qué recompensa vais a tener! Sólo Dios la puede valorar.
[San Eugenio al P. Vegreville, 25 de marzo de 1857]