El corazón de la misión de Kenia late con fuerza
Kenia
Publicado originalmente en OMIWORLD.ORG
Haga clic aquí para leer en ingles
KENIA
Extraído de un artículo publicado en www.omilacombe.ca
El hermano Harley MAPES, tesorero de OMI Lacombe Canadá, nos cuenta la inolvidable experiencia que vivió cuando visitó con su Provincial, el P. Ken FOSTER, la misión oblata de Kenia a principios de año.
“¡Soy la persona más afortunada del mundo por ser oblato en este lugar!” pienso una y otra vez. Me encuentro arrodillado sobre sacos de maíz, en la trasera de un pequeño camión de media tonelada, dando saltos y tumbos a través de la sabana de Kenia, contemplando las llanuras moteadas de acacias que se extienden en la distancia, rodeadas de colinas púrpuras, serpenteando hacia una de las misiones Maasai. Dejamos la fría y húmeda Ottawa y abrazamos la calidez de la Kenia oblata.
La parroquia Kionyo es el corazón de la presencia oblata de Kenia; ahí comenzaron, hace más de 20 años, los primeros oblatos canadienses. Los progenitores de la misión – Ken FORSTER, Bill STANG y Harold KAUFMAN – son recordados casi con reverencia. Atravesar a pie el mercado de Kionyo con Ken es lo más cerca que estaré de ser paparazzi de una estrella de rock. Un hombre que se abrió paso a duras penas para estrechar la mano de Ken, gritaba, “¡Te conozco! Yo no estaba aquí entonces contigo, pero todos te conocen. Hoy, la gente ya no habla del Proyecto de ‘Agua del Monte Kenia’, ahora lo llaman ‘Agua del Padre Ken’. Todos recuerdan cómo ayudaste a la comunidad.”
A mi mente vienen escenas de diferentes oblatos en diferentes lugares, el P. Gideon RIMBERIA junto con el H. Joseph MAGAMBO y el P. Praveen MAHESHAN, mostrando siempre la misma conexión con la gente.
En un país a menudo dividido por diferencias tribales bullendo bajo de la superficie, el P. Gideon en un oblato de la tribu Méru que habla Bantu pero trabaja con los Maasai, quienes hablan a su vez un idioma nilótico. Lenguaje y cultura, sin embargo, son barreras que erigen los corazones.
Pasamos horas en Jamii Boara con los miembros de la asamblea de la casa de oración que compartieron sus dificultades cuando fueron obligados a abandonar el terreno en el que tenían antes la iglesia y contaron, llenos de orgullo, con qué velocidad habían levantado juntos una estructura ondulada de hierro que se asentaba sobre un bloque de hormigón bien acabado.
Lenchani es el lugar más abandonado que uno podría imaginar para una estructura educativa. Es una escuela católica, por lo que aunque el gobierno de Kenia ofrece algunos fondos para cosas básicas ellos siguen acudiendo a la parroquia en busca de ayudas.
Para quien viene de una país occidental y secularizado en el que profesar la propia fe y asistir a la iglesia es visto por muchos como una práctica pintoresca y algo embarazosa, Kenia es todo un cambio. Fe -expresar la propia fe- es una parte normal de la vida.
La dicotomía entre fe y buenas obras no existe en Kenia. No pocas veces me ha sorprendido la gente, viviendo claramente en la pobreza, pidiéndome ayuda no para cosas que para mí habrían sido lógicas, como casas, escuelas o agua, sino más bien “¿Podrían ayudarnos a terminar nuestra iglesia? Hay tanta gente que viene pero cuando se tienen que sentar fuera, bajo el tórrido sol o bajo la lluvia, se desaniman. No cabemos todos dentro.”
Vista la forma en que la fe impregna la vida de la gente, no sorprende que haya tantos jóvenes que desean ser sacerdotes o hermanos. Mientras en Canadá nuestra principal preocupación financiera es encontrar dinero para pagar el cuidado de nuestros ancianos sacerdotes y hermanos, las dificultades financieras de Kenia son el tener más jóvenes que desean ser sacerdotes y hermanos de los que nos podemos permitir.
Ahora, bajo el aguanieve de Ottawa, sorteando maquinas quita-nieves y yendo una y otra vez al lavado de coche para enjuagar la espesa capa de sal de la carretera, Kenia me parece como un sueño. La belleza del país; la fe de la gente; la generosidad de los jóvenes que esperan entregar sus vidas al servicio de Dios y de los pobres, son inspiradores. La respuesta más natural que surge es la de querer ayudar. Ante tanta necesidad, los Oblatos de la provincia OMI Lacombe-Canadá siguen buscando caminos para que la gente mejore su vida y para que una joven y entusiasta iglesia pueda expresar su fe.