El Congreso “Oblación y Martirio” que se celebrará en mayo en Pozuelo, España, nos invita a reflexionar sobre una dimensión fundamental de nuestra vocación: el martirio.
El primer mártir de entre los oblatos fue Alexius Reynard, asesinado por sus guías en 1875 en Canadá en el curso de un viaje a la misión de la Nativité. Diez años después, el 2 de abril de 1885, Léon Fafard y Félix Marchand fueron asesinados en el Lago Frog. Mons. Grandin se expresó entonces en términos muy significativos al escribir a los padres del P. Fafard: “…Estimada Señora Fafard, bien puede usted comparar su dolor con el que experimentó la Bienaventurada Virgen, e incluso con un motivo mayor que el de aquellos que lloraron la víctima del Calvario: nuestro querido mártir falleció por la salvación de sus hermanos y por la salvación de sus asesinos.” A los padres del Hermano Marchand escribía: los dos padres “se apoyaron mutuamente en medio de sus muchas dificultades, fueron ambos víctimas de su dedicación y mártires de la caridad…” En 1913 otros dos sacerdotes oblatos consagraron sus vidas a su misión hasta el punto del martirio: Jean-Baptiste Rouvière y Guillaume Le Roux, asesinados en 1913 en Coppermine.
También tendríamos que recordar a los mártires de España, Alemania, Bolivia, Chile, Sri Lanka, Filipinas y Laos. Ser Oblato significa estar dispuesto al martirio. Es un tema recurrente en los escritos del Fundador y en las primeras generaciones oblatas.
He aquí unos pocos ejemplos.
Hacia el final de su noviciado, el 15 de diciembre de 1852, Vidal Grandin escribió a su hermano: “El nombre de Oblato que debo llevar de forma ejemplar explica el compromiso que adquiero. Debo ser una víctima, y no sólo una víctima en un momento concreto, sino cada día. Este es el verdadero significado del crucifijo que llevaré alrededor del cuello y que me recordará en todo momento que el camino del oblato es un camino de sacrificio y de constante inmolación… hasta la fecha no hay mártires en nuestra congregación. “¡Oh Si tan sólo pudiera tener la dicha de ser el primer mártir oblato!”
En el curso de un retiro en 1888 desde su misión en Saskatchewan, Ovidio Charlebois escribía: “…Todo cuanto te pido (Oh Dios) es aceptar cada momento de mi vida como pequeños actos de martirio. Si no fuera digno de derramar mi sangre por Ti, que mi vida entera sea un continuo martirio. Sí, Dios mío, desde este momento deseo vivir mi vida como un mártir. Así Te ofrezco el martirio de mi vida, mi Buen Jesús, y lo firmo con mi sangre para que no puedas rechazarme. No sólo quiero mi sufrimiento físico como tributo a mi martirio, sino también, y sobre todo, todo mi sufrimiento moral: tentaciones, sequedad y distracciones durante la oración, mi orgullo, etc. … Quiero que éste sea mi principal acto en este día; empiezo mi vida de martirio. Oh Sagrado Corazón, enséñame a vivir de esta forma, Tú, cuya vida fue toda ella un continuo martirio”. Ese mismo año anotaba, no sin cierto realismo: “Puesto que en mi último retiro, una idea piadosa llenaba mi mente…, la de ser mártir, no es pequeña pretensión, ¿verdad? Ahora, claro, preguntarás quienes serán mis asesinos. Muy sencillo; los mosquitos, mi Pierric [un indio huérfano que, por consejo de Mons. Grandin, el Padre Ovidio había acogido para no vivir completamente solo en la misión], los niños de mi colegio, mis errores, mis tentaciones, mis ansiedades, las dificultades de mi vida, etc. etc. no es un pequeño martirio de unas pocas horas lo que quiero, sino un martirio que dure toda la vida. Ya que no hay un solo momento que esté exento de sufrimiento, me he dicho a mí mismo: ¿Por qué no aceptarlo todo a la luz del martirio? ¿Acaso no será esto tan agradable para Dios como el sufrimiento momentáneo de los auténticos mártires? Me siento como si estuviera encima de un brasero que me va quemando lentamente, manteniéndome vivo de esta forma el mayor tiempo posible”.
En 1866, Alejandro Taché recordaba su llegada a la misión de Rivière Rouge en 1845. Pensando en los primeros misioneros que fueron masacrados allí por los indios Sioux en 1736, escribía, “…oremos por tanto a este celoso apóstol, para que infunda en nosotros el celo que consuma nuestras vidas al servicio de esta santa causa y, si fuera necesario, derramar por ella también nuestra sangre.”
Este deseo de martirio fue una realidad para muchos oblatos.
La idea de martirio había estado muy presente en el Beato Mario Borzaga desde los primeros años de su formación. Aparece constantemente en sus diarios: 19 de febrero de 1957 – “Durante el Via Crucis, con mi crucifijo en las manos, consideré con fervor cómo Jesús me ha escogido para que prolongue yo Su Via Crucis: el portador de la Cruz, un sacerdote… toda la vida de Cristo fue la cruz y el martirio. Yo soy otro cristo, así que… yo también he sido escogido para el martirio. Y si quiero ser un sacerdote santo no debería desear nada más, porque este es el misterio que yace cada día en mis manos: el misterio de la sangre, de una inmolación total, de la entrega completa de uno mismo, de la inocencia fruto de la renuncia, de la humildad ante la grandeza divina”. 19 de abril de 1957 – “Viernes Santo. Los mártires deberían ser imitados, ¡no ensalzados!” 26 de junio de 1957 – “Hoy fue la fiesta de los mártires Juan y Pablo… Son los mártires quienes hicieron la Iglesia, solo los mártires…”
Maurice Lefebvre fue asesinado en La Paz, Bolivia, en 1971. De hecho, en diciembre de 1967, el Padre Mauricio había escrito: “también nosotros podemos ver y aceptar el precio de ser discípulos de Cristo en 1968… Más caro que unas simples palabras; más caro que simples ilusiones; más caro la simple traducción de textos de los Papas y Reformadores.”
Michael Paul Rodrigo fue asesinado el 10 de noviembre de 1987 en Sri Lanka. El 28 de septiembre de 1987 escribía a su hermana Hilda “…La cruz no es algo que llevamos colgado del cuello. Jesús fue el primero que estuvo allí colgado… Así que debemos estar dispuestos a morir por nuestro pueblo si llega el momento y cuando este llegue.”
Casi 100 oblatos han muerto trágicamente durante el ejercicio de su ministerio. Unos treinta de ellos han sido proclamados beatos y reconocidos como mártires de la fe. Un número muy pequeño considerando que se han sucedido 15.000 oblatos a lo largo de estos 200 años. Sin embargo encontramos aquí un signo de la radicalidad que se requiere de todos una vez somos ofrecidos en oblación a Dios, a la Iglesia y a los pobres.