Misionero oblato: portador de la antorcha olímpica
Corea
Publicado Originalmente en OMIWORLD.ORG
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“Al habla el Comité Olímpico de Corea. ¿Es usted el señor Kim Ha Jong?”, me dice la voz al otro lado del teléfono. Inmediatamente pienso: “Se han acordado de mis dotes ciclísticas y me han convocado a formar parte del equipo nacional”. Este pensamiento se me cruza por la mente como una flecha, después viene una segunda reflexión: “Pero en los Juegos Olímpicos de invierno no hay ciclismo, ¿entonces?”. Me concentro en escuchar con mayor atención a quien me habla. ¿Se tratará de una broma tonta? “-Le llamamos”, prosigue mi interlocutor, “porque deseamos que usted sea uno de los portadores de la antorcha olímpica, un “tedoforo””. “–Perdone,” contesto, “debe de haber un error. Soy Vincenzo Bordo y soy italiano”. “– Si, lo sabemos”. “– Pero soy extranjero”, prosigo. “– Sí, justo por eso lo estamos convocando. El espíritu de los Juegos Olímpicos es un espíritu de fraternidad universal y de acogida y con este gesto queremos decir a nuestros compatriotas que la Corea es un sólo país y que todos los que viven y trabajan aquí son parte de este pueblo, sin discriminaciones o prejuicios, y que forman parte de esta estupenda historia que estamos construyendo juntos”.
Con titubeos y alegría acepto la propuesta.Al mismo tiempo, me siento honrado de vivir y trabajar en una nación que es capaz de expresar estos valores de acogida y atención hacia los inmigrantes.
Sí, yo también soy un extranjero. Hablar hoy de inmigrantes no es fácil, porque esta palabra está demasiado asociada a degradación social, violencia, violaciones, hurtos, robos y otras muchas cosas negativas. Yo también he visto esta difícil realidad.
Recuerdo la consternación y los prejuicios que encontré al inicio de mi vida en Corea. Era la incomprensión porque no sabíamos nada uno del otro: yo no comprendía y no hablaba el idioma, no conocía las costumbres de los coreanos, ellos no conocían mi cultura, mis orígenes y los motivos por los que estaba en un país tan lejano del mío. Sentía su diferencia, su miedo, tanto que los niños, desconcertados y asustados, me seguían gritanto: “Extranjero, extranjero, “go home”, vuelve a tu casa”.
Después comencé a gestionar un centro para pobres y las personas de la calle. Entonces, los funcionarios del ayuntamiento me acusaron de ensuciar el buen nombre de la ciudad porque, por causa de nuestro centro, muchos vagabundos, abandonados, mendigos venían, incluso de fuera, para pedir ayuda y tener una comida caliente, que recibían sólo de nosotros.
Lentamente, nuestro centro se volvió cada vez más grande: 550 raciones distribuídas a diario, un dormitorio para los sintecho, un pequeño taller artesanal para los desempleados, 4 casas familiares para los chicos de la calle. Para gestionar toda esta actividad tenemos el compromiso constante de 600 voluntarios, 5 mil benefactores, 40 jóvenes empleados (asistentes sociales, educadores, consejeros, administrativos) legalmente contratados. Se hacía patente a todos que nuestra asociación respondía a la necesidad real de las personas, por lo que entonces nadie podía ya negar el aporte positivo que ofrecía a la sociedad coreana. En ese momento nace en el corazón de personas envidiosas y de mala fe la voluntad de desacreditarme, de hacerme el mal, de, quizá, incluso destruirme. Así, durante cerca de un año debí correr entre la comisaría, la fiscalía y los tribunales porque fui falsamente acusado de haber robado fondos de los donantes y de haber… escuchen, escuchen… incluso de haber abusado sexualmente de algunos de nuestros jóvenes. Sí, ¡yo también he sido acusado de violencia sexual! ¿Cómo acabó? Los que me acusaban de tales graves crímenes están ahora en la cárcel por extorsión, difamación y falsedad, mientras que yo voy a llevar la llama olímpica.
Comprendo bien que cuando llega un extranjero al inicio se sienta un temor instintivo y una aversión natural porque esta persona sea distinta a nosotros, hable un idioma incomprensible para nosotros, coma algo de olor nauseabundo y rece a un dios que no conocemos…
Pero, dice el Papa Francisco: “Es importante promover la cultura del encuentro, la apertura al otro como otro como rostro, como persona, como hermano y hermana por conocer y respetar, con su historia, con sus méritos y defectos, riquezas y límites. (…)No tengáis miedo de las diferencias y tampoco de los conflictos que normalmente hay”.