En el 2010 escribí el: “Vía crucis por los Jóvenes en riesgo” para que se rezara y contemplara la pasión de Jesús, que sigue siendo crucificado hoy en estos hermanos. Este carisma de ser oblato de María Inmaculada, me ha movido hacia esas periferias existenciales, a acompañar las angustias, el dolor ante la muerte y también la esperanza de la recuperación de tantas personas. Hoy, después de muchos años hay un sentido de mayor esperanza por la organización de grupos de autoayuda tanto en Argentina, Chile y Paraguay. Es una pastoral delicada, porque se pone en juego toda la vida, tanto personal como de las personas que se acompaña. Continuamente nos enfrentamos con el dolor, y este es un aspecto poco grato. Muchas veces se experimenta el fracaso de no poder ayudar, la amenaza de los mercaderes de la muerte, y el continuo juego de presión que ejercen para hacerte saber que estas en la mira. Mientras unos pocos soñamos y trabajamos luchando día a día con este flagelo, las redes del narcotráfico trabajan acaparando a miles de personas y conduciéndolas a un camino que para muchos no tiene salida.
Durante tres años viví dentro de una comunidad terapéutica “Fazenda de la Esperanza” acompañando día a día el camino de recuperación de tantas personas que por allí pasan. En enero del 2013 después de estar viviendo en un centro con 70 internos, me pidieron ir como responsable para abrir una nueva comunidad de Fazenda en la Arquidiócesis de Bahía Blanca al sur de Buenos Aires, Argentina. Desde que me inicié en esto, comprendí que solo no podía; entonces la vinculación con otros grupos. En todo esto, conocí y trabajé con distintas organizaciones, como el Foro Ecuménico Nacional desde el Atrio de los Gentiles (Programa impulsado por el Vaticano). Esto me llevó en el 2014 a presentar en la cancillería argentina, durante la visita del Cardenal Ravassi, el trabajo realizado en temas de prevención. También la invitación a dar charlas en distintas diócesis permitió el encuentro con muchos obreros del evangelio.
Como misionero, no me conformo con unos pocos jóvenes que participan en los grupos de las comunidades parroquiales. Me duele y preocupa ver que son muchos más los que están a la vuelta del templo, en las esquinas, consumiendo, gritando desde su silencio, llamándonos la atención. Y cada día constato más que la gran mayoría de esos jóvenes que faltan en las comunidades son los que hoy están perdiendo la vida. En medio de situaciones límites, desbordantes de violencia y abandono de todo tipo; una palabra de San Eugenio me impulsa a no cansarme, a seguir intentando todo, esa frase que dice: “Tenemos una gracia para hacerles algún bien”. Poder abrazar a una familia desesperada, dedicar tiempo para escuchar y luchar por la vida en medio de tanta amenaza de muerte, caminar por los barrios abandonados, entrar descalzo y desde la cercanía invitar a vivir una vida nueva.
Pensando que no podría continuar con esta tarea, acosado por las amenazas debido al trabajo de concientización y a la apertura de grupos de autoayuda, antes de mi retorno a la vida como Oblato, escribí el libro que lleva como título: “Aprender a Caminar” en libertad frente a las adicciones, el cual fue lanzado este año con el apoyo de mis hermanos Oblatos de Argentina y Chile.
Soy un convencido que la vida nos reclama hoy, no mañana, y debemos llegar antes, no después. Desde que llegué a Asunción, Paraguay, me encontré con la ausencia de esta pastoral. Para muchos no es una realidad importante. Sin embargo, entrar en los barrios rivereños, ver el tráfico a plena luz del día, y los jóvenes agonizar y morir sin ser escuchados, me movilizó a presentar un proyecto pastoral para que se creara la pastoral de las adicciones. En un primer momento, no fue recibido. Estos últimos meses, por gracia de Dios, comenzamos a vincular el trabajo de distintos grupos y eso nos llevó a vivir con mucha esperanza esta etapa. Desde el 14 de octubre estamos formando a cien agentes de pastoral de treinta parroquias para que den inicio a la pastoral en sus comunidades, esto gracias al apoyo del Arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Valenzuela.
La droga es sinónimo de esclavitud y de muerte; como cristiano, convencido de que Dios ama la libertad y la vida y movido por escuchar y hacer que se escuche el clamor de estos sufrientes, creo que es una realidad de misión, una frontera para estar presentes y proclamar allí el evangelio de la vida.