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Peru: Transformación en la cárcel

Publicado Originalmente en OMIWORLD.ORG

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El hermano Blaise MACQUARRIE es un canadiense que ha trabajado durante muchos años en Chincha Alta, Perú. Nos cuenta aquí de su ministerio en la cárcel.

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Nuestro obispo local oyó de nuestras visitas activas a la prisión y mostró mucho interés en este nuevo apostolado nuestro. Pidió sacerdotes voluntarios de las siete parroquias de nuestra zona. Monseñor Héctor es joven y le gusta la idea de ayudar a los reclusos en sus necesidades básicas y buscar el bienestar de sus almas. Así que algunos sacerdotes se ofrecieron voluntarios para ir a la prisión y celebrar la Santa Misa y oír toneladas de confesiones, confesiones que podrían ponerte los pelos de punta. El P. Jesui, sacerdote oblato, me dijo haber oído más confesiones en tres horas que todas las oídas en la parroquia en dos meses. Ahora hombres y mujeres laicos van con el P. Jesui cada jueves para ayudar en la evangelización, con gran éxito.

Marcos, Walter, Paulino y yo vamos a las prisiones los viernes. Hay un vínculo real entre el sacerdote y los laicos que van a la cárcel a celebrar la misa con nosotros, que vamos allí con los elementos básicos que necesitan los internos. Un grupo reza por las necesidades de los presos, tanto espirituales como materiales y nosotros ayudamos a hacer frente a dichas necesidades.

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Podemos acceder a todas partes de esta enorme prisión, hablar con los internos y ver por nosotros mismos sus necesidades concretas. Una vez conocidas dichas necesidades, pasamos a la acción. Por ejemplo, visitamos cuatro talleres: una carpintería con maquinaria, pero sin madera, una sastrería con ocho aparatos, pero sin tela, una zapatería con maquinaria moderna pero sin cuero y un taller de artesanía con falta de materia prima. No podemos responder a todas sus necesidades, pero podemos tratar de hacer algo.

Roberto y Elena Rios son nuestro enlace con los internos. Hablando con este par de almas generosas vislumbramos un proyecto de comprar hormas de zapatos, cuero, cola, etc. Dado que conocen Lima y dónde hacer buenas compras, les di dinero para las adquisiciones. Con los productos en mano, mi equipo se dirigió a la prisión en nuestro viernes habitual para ofrecérselos a los reclusos. La reacción de los internos fue muy conmovedora: grandes abrazos seguidos de “gracias por acordarse de nosotros”.

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Nos dirigimos a la sastrería. Preguntamos qué tela se necesita. Así que esa tarde Roberto y Elena vinieron a nuestra casa e hicieron otra lista para un proyecto. Recientemente dimos equipos a 40 reclusos para hacer bolsos de señora. Esto se volvió algo magnífico, pues Roberto y Elena vendieron los bolsos en la parroquia próxima tras la misa. El dinero reunido se destinará a comprar más material.

Nos hemos fijado ahora en la carpintería y pronto tendrán madera para hacer mesas y sillas.

Ello nos lleva a 27 internos, la mayoría mayores, en cadena perpetua y que no buscan amor alguno ni respeto. Supimos de otros reclusos que a este grupo le falta papel higiénico, pasta de dientes, cepillos dentales y jabón. ¿Por qué? Porque son violadores sexuales. Dije a mi equipo: “Mostremos amor por este grupo”. Así pues, otra gran pareja, Marcos y Teresa, fueron y compraron 27 enseres de higiene. Fuimos a la prisión. La reacción de los reclusos fue inmediata. Vinieron donde nosotros con abrazos y lágrimas en sus débiles ojos que expresaban todo lo que no pueden decir las palabras. Todos somos hijos de Dios, somos hermanos y hermanas.

¿Qué vendrá después? En la cárcel hay 1.400 bocas, compran 6.000 panecillos al día. Esta moderna prisión no tiene horno. Así que, hablando con Roberto y Elena sobre la situación, pregunté si podíamos establecer una panadería en la prisión. Surgieron buenas ideas y ahora se huele el pan en el aire. (“Oblate Spirit”, junio de 2016).

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