Misión Oblata con Emigrantes y Refugiados
Publicado Originalmente en OMIWORLD.ORG
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Por el P. David Kumar ANTHONY, OMI
Situación de Emigrantes y Refugiados: ¡Los Oblatos no han sido indiferentes!
El Papa S. Juan Pablo II, en su carta del 25 de Junio de 1982 al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, describía el clamor de los refugiados como “una herida vergonzosa (flagelo) de nuestro tiempo”. Fue el primer pontífice que hablaba abiertamente del problema de los refugiados como “un síntoma de la enfermedad global y de una herida infestada”. Se atrevió a señalar el problema de los refugiados: “De todas las tragedias humanas de nuestro tiempo, tal vez la mayor sea la de los refugiados”.
Describe también la alarmante crisis de hoy. Más que ningún otro colectivo, los refugiados hoy encarnan el sufrimiento y la desesperación del hombre: persecución, tortura, violaciones, asesinatos, genocidio, ambición de las naciones, racismo, conflictos políticos, persecuciones religiosas, guerra, y violaciones de los derechos humanos les obligan a huir de su propio país o convertirse en “desplazados”dentro de su propio país. Han sido desgajados de su propio pueblo, de su historia y de su cultura. Su sufrimiento debe preocupar a la Iglesia y a los Oblatos.
Como Oblatos, nuestra respuesta al clamor de los refugiados ha sido consoladora. Desde el mismo inicio de nuestra Congregación, S. Eugenio de Mazenod, sacerdote, se comprometió con aquellos colectivos desarraigados de Marsella, especialmente con aquellos refugiados italianos por motivos económicos. Como refugiado político en Italia, él mismo pudo comprender lo que significa ser un refugiado. Una vez ordenado obispo, confió esta tarea a los PP. ALBINI, SEMERIA, ROLLERI, ZIRIO y Gallo, que tenían orígenes italianos (cf. G. COSENTINO,Storia della Provincia d’Italia: Ossia la Nostra Congregatione in Italia dai suoi inizi al 1950,Santa Maria a Vico, 1950, p. 21).
Los Oblatos de las cinco regiones: Canadá-EE.UU., Latinoamérica, África-Madagascar, Europa y Asia-Oceanía, están implicados en distintos grados en la atención pastoral a refugiados y emigrantes. Es una dimensión alentadora de nuestra vida oblata. La atención a refugiados y emigrantes está recogida de manera implícita en nuestra Constitución 5: “La Congregación entera es misionera. Su primer servicio en la Iglesia es el de anunciar a Cristo y su Reino a los más abandonados. […] Nuestra misión, en efecto, nos lleva en todas partes principalmente hacia aquellos cuya condición está pidiendo a gritos una esperanza y una salvación que sólo Cristo puede ofrecer con plenitud. Son los pobres en sus múltiples aspectos: a ellos van nuestras preferencias.”
Según el informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), demediados de 2015, el flujo migratorio ha aumentado, estimándose en 15.1 millones de personas, su mayor nivel en los último 20 años. (Ref.: ACNUR Tendencias Globales de Mediados de 2015) El Alto Comisario para los Refugiados, Antonio Gutiérrez, decía: “Este desplazamiento forzoso afecta ahora profundamente a nuestro tiempo. Afecta a la vida de millones de nuestros compañeros seres humanos. Nunca ha habido una mayor necesidad de tolerancia, compasión y solidaridad para con personas que lo han perdido todo”.
El Magisterio Católico
El problema de los refugiados implica principios éticos y morales relacionados con la dignidad y los derechos fundamentales de la persona. Estos principios hunden sus raíces en el Evangelio. El documento de la Iglesia, “Refugiados: Un desafío a la Solidaridad” (1992), concluye con estas palabras: “La tragedia de los refugiados que sacude a grupos y a pueblos enteros es percibido hoy como un ataque constante a los derechos humanos fundamentales.”
El compromiso que la Iglesia muestra hoy de hacer frente a las causas fundamentales de los refugiados y de acogerlos con los brazos abiertos quedó ya configurado con el papado de León XIII.
A principios del siglo XVIII no existía una doctrina clara en torno a los refugiados. El asunto de los refugiados estaba mezclada con la de los emigrantes, especialmente de los emigrantes europeos hacia América. Pio XII organizó y reestructuró la pastoral para pueblos en movimiento y publicó en 1952 Exsul familia, la Carta Magna de los emigrantes.
Tras Pio XII, el Papa S. Juan XXIII abordó la cuestión de los refugiados y subrayó el derecho de toda familia a emigrar cuando no puede satisfacer sus necesidades básicas en su tierra natal. El concilio Vaticano II discutió el tema en distintos documentos. Los papas post-conciliares trabajaron mucho para ayudar a los refugiados. El Papa Beato Pablo VI lanzó un llamamiento a todos los pueblos para ayudar a que los refugiados recobraran su dignidad y su libertad, y el Papa S. Juan Pablo II desafió a la conciencia del mundo para que se solidarizaran con ellos.
El Papa Benedicto XVI pidió a la comunidad internacional que ayudara a proteger a los refugiados. Ahora, el Papa Francisco apela al mundo a enjuagar las lágrimas de los refugiados y ofrecerles protección y refugio. Incluso ha dado ejemplo acogiendo a una familia de refugiados en el Vaticano.
El corazón del Magisterio de la Iglesia es la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios. De esta dignidad brotan los derechos universales e irrevocables: ‘el derecho a habitar libremente en el propio país’, ‘a una patria’, ‘a moverse en ella y a emigrar fuera de ella’, ‘a establecerse en un nuevo lugar por razones legítimas’, ‘a vivir con la propia familia sea donde sea’, ‘a disponer de los bienes necesarios para vivir’, ‘a preservar y desarrollar el patrimonio étnico, cultural y lingüístico que le es propio’, ‘a profesar públicamente la propia religión’, ‘a ser reconocido y tratado de acuerdo con la dignidad propia como persona en cualquier circunstancia’, y ‘a ser objeto de solidaridad fraterna y de opción preferencial’ (PCPCMT, Chiesa e mobilita` umana (1985), p. 366, n. 17).
La Iglesia Católica hace suyas los esfuerzos por proteger y asistir a los refugiados, estén o no bautizados, por el mandato que ha recibido de su Fundador, el mismo Cristo (Mt 25, 35. 40; 28, 19-20; Lc 10, 33-35). Más aún, la huida de la Sagrada Familia a Egipto nos compele moralmente a acoger a todos los refugiados desde la compasión de nuestro ministerio pastoral. Esta disposición de la Iglesia está implícita en su legislación universal: “[…] teniendo en cuenta la salvación de las almas, que debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia” (CIC, c. 1752).
La Instrucción, De pastorali migratorum cura (1969), enumera los derechos de los pueblos en movimiento, el derecho a una patria; a emigrar con la familia; a conservar su lengua natal y su herencia espiritual, y a recibir el ministerio de sacerdotes que comprendan su condición.
El documento, Refugiados: Un desafío a la Solidaridad, presenta el Magisterio de la Iglesia sobre refugiados. Establece una definición muy amplia de refugiado: toda persona que huye de situaciones que amenazan la vida. La instrucción, Erga migrantes caritas Christi (2004), es el último documento que actualiza la respuesta pastoral de la Iglesia a los ‘pueblos en movimiento’. Reconoce la importancia de la cultura en caso de migración forzada. Identifica a los distintos agentes pastorales implicados y saca a la luz las normas jurídico-pastorales al servicio de la atención especial de los refugiados.
Nuestra Respuesta Oblata
Nadie puede negar que los refugiados sean hoy las personas más abandonadas en el mundo. El servicio a los refugiados es un reto para nosotros hoy, si queremos ser fieles a nuestro carisma y misión. Nuestras Constituciones y Reglas siguen interpelándonos con fuerza recordándonos que nuestra obligación fundamental es la de ayudar a crear una sociedad basada en la dignidad de la persona humana, dignidad que, en verdad y realidad, les es negada a los refugiados. En concreto, la Regla 9a nos interpela: “La acción en favor de la justicia, la paz y la integridad de la creación es parte integrante de la evangelización. El impulso del Espíritu puede llevar a algunos Oblatos a identificarse con los pobres hasta el punto de compartir su vida y su compromiso en pro de la justicia; a otros, a estar presentes allí donde se toman las decisiones que influyen en el porvenir del mundo de los pobres.”
Así, como Oblatos, dejemos que los pobres – refugiados y emigrantes – sigan enriqueciendo nuestras vidas, ellos, que quedan en los márgenes de la sociedad (cf. Regla 8a). ¡Que encontremos gran consuelo y fortaleza al reconocer el rostro oculto de Jesús, el Salvador Crucificado, en las caras desgarradas de refugiados y emigrantes, nuestros queridos hermanos y hermanas!